Dríades
pintadas. (El fuego secreto de los filósofos –Patrick Harpur–)
Un
cuadro de un árbol es un mal cuadro (decimos) si es una mera copia del árbol
que recoge solamente la superficie. Platón ponía objeciones al arte por este
motivo. Como la realidad yace en el mundo eterno de las formas, del que deriva todo en este mundo, todo lo que vemos es ya
una copia de un original. Hacer posteriormente una copia de esa copia,
decía Platón, «es un grado más de separación de la realidad y por lo tanto algo
engañoso y pernicioso».
Plotino
rechaza la noción de Platón señalando que «si alguien menosprecia las artes por
el motivo de que éstas imitan a la naturaleza, le recordamos que los objetos
naturales sólo son imitaciones en si mismos, y que las artes no imitan
simplemente lo que ven, sino que re-ascienden a esos principios (logoi) de los que la propia naturaleza
deriva.
Mediante
la imaginación, pues, podemos imaginar la
forma del árbol, la «arboridad» de un árbol, lo que hace que nuestra
re-creación del árbol sea más real incluso que el árbol natural. El árbol no es
ya un árbol literal, pero tampoco es meramente metafórico, como si se pintara
la dríade del árbol en lugar del árbol. El cuadro, en otras palabras, cumple
–como todas las obras de arte– los criterios de lo daimónico. Es literal y
metafórico (o, más bien, una creación que hace redundante la distinción). Es a
la vez universal, su «arboridad», y particular, un roble. Existe entre el
artista y el mundo, en una representación que reúne a ambos; y, como tal, es
personal y subjetivo (según la percepción del artista) e impersonal y objetivo
(según la imagen arquetípica del árbol). La obra de arte nos instruye en esa
doble visión que, según decía Blake, se requiere para verla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario