Punctum

Barthes señala dos elementos en una fotografía: el studium y el punctum. El studium, tiene que ver con la cultura y el gusto. Puede interesarme una fotografía, incluso “a veces emocionarme, pero con una emoción impulsada racionalmente, por una cultura moral y política”. “Muchas fotografías permanecen inertes bajo mi mirada. Pero incluso entre aquellas que poseen alguna clase de existencia ante mis ojos, la mayoría tan solo provocan un interés general (…) . Me complacen o no pero no me marcan”. “La fotografía puede gritar pero nunca herir”. “No hay ningún punctum”.
El punctum de una fotografia –señala Barthes– “es ese azar que en ella me despunta”. “Surge de la escena como una flecha que viene a clavarse”. El punctum “puede llenar toda la foto” (....) aunque “muy a menudo sólo es una detalle” que deviene algo proustiano: es algo íntimo y a menudo innombrable

sábado, 18 de enero de 2014

  



Dríades pintadas. (El fuego secreto de los filósofos –Patrick Harpur–)

            Un cuadro de un árbol es un mal cuadro (decimos) si es una mera copia del árbol que recoge solamente la superficie. Platón ponía objeciones al arte por este motivo. Como la realidad yace en el mundo eterno de las formas, del que deriva todo en este mundo, todo lo que vemos es ya una copia de un original.  Hacer posteriormente una copia de esa copia, decía Platón, «es un grado más de separación de la realidad y por lo tanto algo engañoso y pernicioso».
            Plotino rechaza la noción de Platón señalando que «si alguien menosprecia las artes por el motivo de que éstas imitan a la naturaleza, le recordamos que los objetos naturales sólo son imitaciones en si mismos, y que las artes no imitan simplemente lo que ven, sino que re-ascienden a esos principios (logoi) de los que la propia naturaleza deriva.
            Mediante la imaginación, pues, podemos imaginar la forma del árbol, la «arboridad» de un árbol, lo que hace que nuestra re-creación del árbol sea más real incluso que el árbol natural. El árbol no es ya un árbol literal, pero tampoco es meramente metafórico, como si se pintara la dríade del árbol en lugar del árbol. El cuadro, en otras palabras, cumple –como todas las obras de arte– los criterios de lo daimónico. Es literal y metafórico (o, más bien, una creación que hace redundante la distinción). Es a la vez universal, su «arboridad», y particular, un roble. Existe entre el artista y el mundo, en una representación que reúne a ambos; y, como tal, es personal y subjetivo (según la percepción del artista) e impersonal y objetivo (según la imagen arquetípica del árbol). La obra de arte nos instruye en esa doble visión que, según decía Blake, se requiere para verla.